Desarmar mandatos, explorar el deseo y construir vínculos más libres.
¿Qué imágenes vienen a tu mente cuando pensás en placer sexual? ¿Podés imaginar a un cuerpo como el tuyo disfrutando? Si no te resulta fácil, no estás solo. Es muy probable que eso ocurra porque faltan representaciones diversas y reales en nuestra educación, nuestros vínculos y los medios que consumimos.
La licenciada Jennifer Selles lo plantea así: “Aprendemos muy temprano que la sexualidad es algo privado que hay que esconder. Y esto se intensifica cuando nuestros cuerpos no encajan en ciertos moldes estéticos o de salud”. Como si hubiera que pedir permiso para desear. Como si no todos tuviéramos derecho al disfrute.
Sexualidad, salud y deseo: mucho más que un “acto físico”
Hablar de placer no es superficial. Al contrario: forma parte de una mirada integral sobre la salud. La Organización Mundial de la Salud define la salud sexual como un estado de bienestar físico, emocional, mental y social vinculado a la sexualidad. No se trata solo de la ausencia de enfermedad, sino de un disfrute genuino, consentido y libre.
La sexualidad no es solo genitalidad, ni se reduce a la penetración, ni está reservada para cuerpos jóvenes, delgados o normativos. Implica también emociones, vínculos afectivos, identidad, la forma en que habitamos el cuerpo y el mundo.
Y, sobre todo, implica construcción del deseo. Porque no existe una única forma de experimentar placer, y lo que a una persona le resulta estimulante puede no serlo para otra. El deseo es complejo, variable, subjetivo. Por eso, no hay recetas: hay que explorar.
La importancia de comunicar
Uno de los puntos más importantes que remarca Selles es la necesidad de verbalizar lo que deseamos. Hablarlo, proponerlo, preguntar, decir qué nos gusta y qué no. “Hay que des-erotizar el silencio, lo dado por hecho, y empezar a erotizar el consentimiento y el diálogo”, propone.
Quitarle presión al orgasmo, desgenitalizar la experiencia sexual, habilitar la incomodidad o la torpeza también son formas de acercarnos a una sexualidad más libre.
No todos los cuerpos —ni todo el tiempo— pueden tener una erección, una lubricación o un orgasmo. Y sin embargo, eso no significa que no haya placer. Hay muchísimas combinaciones posibles, infinitas formas de tocar, de sentir, de vincularse.
¿Y si sacamos la exigencia?
Lejos de la mirada de rendimiento, pueden aparecer formas de placer más profundas, más humanas:
- El compañerismo que tranquiliza.
- La posibilidad de mostrarse vulnerable sin miedo.
- La confianza que da la intimidad segura.
No hay un guion universal: hay caminos propios
Muchas personas quedan excluidas del guion sexual dominante. Y eso, aunque duela, también puede abrir la puerta a nuevas formas de vivir el deseo. Lejos de la norma, muchas personas descubren que el placer se construye con lo que hay, con lo que se puede, con lo que se siente bien.
Explorar el deseo, darle voz al cuerpo y aceptar que cada uno encuentra sus propios límites a través de experiencias sucesivas es parte del camino.
La pregunta entonces no es cómo debería ser el placer sexual, sino:
¿Qué es placentero para mí? ¿Y en qué condiciones puedo vivirlo más seguido?